En 1984, a los 14 años, ya tenía por costumbre ir al cine algunos días de semana, para ver aquellas películas que, en mi pueblo, quedaban fuera del "circuito social" de los viernes y sábados, dedicado a los blockbusters de la época (siempre en función doble, la mayoría de las veces acompañados de bizarras películas de artes marciales). Los martes, miércoles y jueves, uno podía llegar a ver films como La Mujer de la Próxima Puerta, de Truffaut, Paris-Texas, de Win Wenders, o El Rayo Verde, de Éric Rohmer. Ya tenía aficción por este tipo de películas, algo que le debo a la gloriosa Función Privada. Así es que terminé sentado con otros pocos viendo Pasaje a la India, y ya desde el principio me atrapó el estilo granangular de Lean, su fotografía dorada, el paso calmo pero concentrado de su forma de relatar.
Sin embargo, lo que me definitivamente me sacudió, fue el guión.
Para aquellos que no la vieron, un breve resumen: una inglesa reprimida viaja por primera vez a la India colonial y se deja seducir por todo lo diferente y sensual de esa cultura, incluido un joven médico por el que siente impulsos que no puede aceptar; por eso, engañándose a ella misma, lo acusa de haber abusado de ella, llevándolo a la corte, como forma de, digamos, matar al objeto de ese deseo.
Más allá de las interpretaciones, que varian según el espectador, lo que me impactó es cómo el guión podía reflejar un hecho inexistente, la supuesta violación, de manera tal que uno mismo terminaba, igual que la protagonista, dudando si había sucedido o no. Hay una mujer anhelante, un hombre dudoso detrás de una puerta que parece abrirse, pero no lo hace. ¿O sí?
Más allá de las interpretaciones, que varian según el espectador, lo que me impactó es cómo el guión podía reflejar un hecho inexistente, la supuesta violación, de manera tal que uno mismo terminaba, igual que la protagonista, dudando si había sucedido o no. Hay una mujer anhelante, un hombre dudoso detrás de una puerta que parece abrirse, pero no lo hace. ¿O sí?
Entendí entonces que el cine tenía un poder de sugestión que no había captado antes. No era reflejo, sino interpretación; no era solo suma, sino muchas veces sustracción como forma de potenciar un efecto; no era respuesta sino, en los mejores casos, pregunta. Y la génesis de todo esto, se me hizo por primera vez patente, estaba en el guión. De hierro, informal, tipo storyboard, como sea que los involucrados quieran hacerlo. Para que aquella película pudiera expresar lo que expresaba, nuestros deseos y sueños y la incapacidad que tenemos a veces de lidiar con ellos, era necesario que se hubiera escrito una poderosa página donde apoyarse. Una página que ya era (como dice Carriere) cine en sí misma.
Sali de ver Pasaje a la India cambiado. Había descubierto qué iba a hacer con mi vida. No es poco por el precio de un boleto de cine.
1 comentario:
Pasaje a la India también significó para mí algo muy especial, tiene una cosa emocional muy especial y se conecta con uno desde un lado que pega.
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