Hace poco le pregunté a un colega cómo era estar en las filas de cierto productor con el que nunca trabajé, y con quien él ha tenido cierta experiencia. Tenía curiosidad por saber de primera mano si era verdad lo que se rumoreaba, que este buen hombre era una suerte de neandertal hacedor de programas. El colega me confirmó que sí, que probablemente fuera una buena forma de describirlo. Un dechado de virtudes, el productor, a quien deban ganas de renunciarle, por lo menos, 2 o 3 veces por semana… con sobrados motivos, entre ellos la auto preservación.
Pero no hagamos las cosas personales: este hombre ni siquiera tiene el orgullo de ser el único en su especie. Tenemos varios en territorio patrio. Caudillos de la pantalla que se abrieron paso a fuerza de dinero, contactos, y la desidia de otros mejor preparados. Zares con olfato suficiente para sentir para donde va el viento de una audiencia que tienen medida al milímetro, ya que se niega a cambiar. Y todos agarrados de la sacrosanta teta de la telenovela, benévola con aquellos que saben respetar sus códigos.
Quizá otro día podamos detenernos más tiempo a analizar la tipología de esta “etnia”. Este post en realidad no está dedicado a ellos, sino a los que tenemos que trabajar para ellos. Como mi colega, que pese a tener en claro el costo (físico, mental, moral) de esta relación, lo puso en perspectiva con un comentario que me resultó preocupante… por lo fácil que me fue ver la razón que tenía.
Su planteo fue el siguiente: ¿qué diferencia había entre un productor venido de las cavernas, y otro supuestamente mejor preparado, si al final del día, la cuenta de Rivotril era pareja entre todos los que trabajamos para ellos?
Me puse a sacar la cuenta: entre ataques de nervios propios, ataques de nervios de autores para los que trabajé, ataques de nervios de gente que trabajó para mí, y otros de terceros en condiciones similares, y me di cuenta de que sí… la cuenta de Rivotril era alta. Demasiado alta para gente que abrazó una profesión por amor, y no por ánimo de lucro ni de poder ni de rating.
¿Escribir para televisión es una profesión insalubre? ¿Solo nuestro amor por la dupla palabra/imagen puede salvarnos de la locura? ¿O ni siquiera eso basta?
¿Cómo carajo es posible una cosa así? El niño contador de cuentos que habita en todos nosotros, el que nos impulsa a seguir haciendo esto, no se merece vivir bajo el peso del Rivotril. Lo va a terminar matando. De verdad, lo va a terminar matando.
domingo, 20 de septiembre de 2009
ESC.18 EXT. FARMACITY -- DÍA
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2 comentarios:
Me parece que si hacés algo que de verdad te gusta, no podés sufrir tanto... todas las profesiones son jodidas... no te lo podés tomar tan a pecho.
Todas las profesiones son jodidas oka, pero me parece que lo que pasa es que acá en esto la gente es más sensible sino no podés escribir, entonces todo te pega más fuerte
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