martes, 10 de noviembre de 2009

ESC.55 INT. ASESINOS MORALES -- DÍA


Cada vez que empezamos un proyecto, nos enfrentamos al mismo desafío: generar personajes creíbles dentro del verosímil sobre el cuál estamos trabajando, personajes tridimensionales, interesantes, con un pasado que nos permita contar tanto hacia atrás como hacia adelante, pero sobre todo, personajes que generen nexos con el público, el famoso mecanismo de identificación que puede sostener un programa contra viento y marea. "Si la gente compra los personajes, compra el programa, pero no al revés", me dijo uno de los autores de los cuales aprendí.
Si lo vemos desde la psicología, tenemos que "la identificación con los personajes es un mecanismo a través del cual se experimenta la narración desde dentro, debido a que se produce una reacción empática con los protagonistas de la misma", según un texto del psicólogo Juan José Igartúa. Mediante una investigación, este español llego a dos conclusiones interesantes: una, que "la identificación con los personajes predice el impacto afectivo provocado por una película dramática"; y dos, que "la identificación con los personajes constituye una variable explicativa de la persuasión narrativa, es decir, del impacto incidental de un largometraje de ficción en actitudes y creencias".
Más allá (o más acá) de la psicología, en el caso de los escritores, la identificación viene de un mecanismo por el cual proyectamos distintas facetas de nuestra imaginación, de nuestra personalidad incluso, dentro de una trama; con lo cual podríamos decir que la identificación se da no entre el espectador y los personajes, sino entre el espectador y nosotros como narradores, como seres humanos capaces de volcar nuestros ángeles/demonios al papel/imagen de manera convincente y atractiva.
En los primeros tiempos del discurso audiovisual, la identificación se daba siempre con el héroe (mecanismo que, por supuesto, sigue funcionando el día de hoy). Luego, el peso de la realidad llevó a la creación del antihéroe, que generó otro tipo de identificación, igual de importante, con aquellos cuyos actos son juzgados "heroicos", pero que son llevados a cabo con métodos o intenciones que no lo son tanto.
El antihéroe ha llegado lejos. Cada vez más. Y con esto me acerco al punto de este post: me he estado preguntando desde qué lugar, sea técnico o instintivo, se puede parar uno como escritor de ficción, para crear el tipo de antihéroes extremos que habitan la televisión hoy en día, y lograr que a pesar de sus conductas por momentos monstruosas, el público se identifique con ellos.
La primera vez que me hice esta pregunta, fue al ver el piloto de The Shield, una serie creada por Shawn Ryan para FX Networks (propiedad de FOX).
The Shield (los yanquis le dicen "shield" a la placa de los policías), cuenta la historia del equipo de asalto liderado por el detective Vic Mackey, un grupo que tiene cierta carta blanca para combatir el crimen con métodos que a otros policías no les están permitidos. Carta blanca que es aprovechada por Mackey y los suyos para llevar a cabo su propia agenda: por un lado, el Equipo de Asalto utiliza la violencia, el robo, la extorsión e incluso el asesinato para llevar a cabo su labor en las calles, algo que ellos consideran válido según la moral de mantener a raya el crimen usando sus propias armas; pero al mismo tiempo, en el ejercicio de este trabajo y usando los mismos métodos, Mackey encuentra siempre la forma de robar dinero para su "pensión de retiro".
Mackey es doblemente culpable: no solo del uso indiscriminado de la mano dura y el gatillo fácil, sino de corrupción, robo, estupro, e incluso del asesinato a sangre fría de un compañero del Equipo de Asalto de quien sospecha que ha sido colocado allí para ponerlo en evidencia y encarcelarlo. Esto ocurre en el primer episodio, como para que quede claro de qué va la cosa.
Al mismo tiempo, Mackey es un padre algo ausente pero preocupado, un hombre capaz de jugarse para salvar a una prostituta en peligro, un compañero leal, y un convencido de que con su accionar, las calles son más seguras. Mackey sería capaz de poner el cuero para evitar que muera un inocente.
Esta doble, triple moral transforma a Mackey en un personaje tan fascinante como detestable. Y con esto, a lo largo de seis temporadas, los creadores de la serie colocan al público en una encrucijada esquizofrénica: uno desea tanto que pague por sus crímenes, como que encuentre una forma de redención y se libere de la culpa.
El camino abierto por The Shield fue seguido, y la apuesta aumentada, por el escritor y productor norteamericano James Manos, con su criatura llamada Dexter, una serie de la cadena estadounidense Showtime basada en la novela El Oscuro Pasajero,de Jeff Lindsay. La serie trata sobre la vida de Dexter, un técnico forense que fue víctima de un terrible trauma en su niñez que lo convirtió en un sociópata, un asesino a sangre fría. Su padre adoptivo, un oficial de policía resentido con las injusticias del sistema legal, al advertir que su hijo es un monstruo, le enseña a canalizar su locura, dirigiéndola hacia "aquellos que realmente la merecen". Dexter se convierte entonces en un asesino serial, que mata de la peor manera, pero solo a aquellos que sabe son culpables, pero que el sistema no ha logrado encarcelar.
Dexter no desea dejar de matar, pero si quiere ser más humano: desea poder sentir, sobre todo. Como si fuera un robot deseando ser humano. Se esfuerza, aunque sea fingiendo, en ser un buen hermano, un buen novio, un buen compañero, con la secreta esperanza de que en algún momento la ficción en la que vive se convierta en realidad. ¿Cómo no sentir empatía hacia alguien en esta búsqueda? ¿Cómo no sentir pena por un hombre que de niño fue víctima de un atroz trauma que lo marcó quizá para siempre? Nuevamente, nos colocan en esa trampa esquizofrénica: aceptar y comprender al monstruo. Sentir pena por él, aun mientras disecciona a otra persona que, en teoría, es aun más monstruosa que él.
Si bien estos son ejemplos extremos, hay otros sobre los que se puede aplicar estas mismas reglas: el ama de casa viuda volcada al tráfico de marihuana en Weeds; el profesor de química víctima de cáncer terminal convertido en productor de metanfetaminas de Breaking Bad; el sufrido Jack Bauer de 24, capaz de cualquier tipo de horror con tal de defender al mundo de los "verdaderos malos"; e incluso el misántropo, prepotente, cínico y sarcástico Dr. House.
Cada uno de estos personajes genera una identificación que nos mantiene pegados a la silla, deseando que triunfen sobre los males que los aquejan, aun cuando lo que merecerían, en algunos casos, es un castigo ejemplar.
¿En qué lugares de nosotros mismos, como autores, tenemos que explorar para poder crear personajes así? Me da un poco de miedo pensar en esto. Todos tenemos nuestro lado oscuro, más o menos sepultado. Con un poco de práctica, podemos asomarnos a él y extraer elementos que nos permitan crear un "monstruo humano".
El problema es que la sola idea de asomarnos ya nos cambia.
La primera vez que vi Dexter, sentí un profundo desagrado: se había roto una nueva barrera dentro de la televisión, al colocar a un asesino serial como antihéroe. Lo peor es que me di cuenta, con un profundo desagrado hacia mí mismo, que había empatizado con el personaje. En ese momento, deje de verla. Lo mismo me sucedió con The Shield.

Hace poco me propusieron escribir un piloto de una serie con una propuesta similar. De ahí es que llegué a hacerme la pregunta que motivó este post (desde qué lugar se puede parar uno como escritor de ficción para crear antihéroes extremos y que el público se identifique con ellos). Mi primera reacción fue declinar el ofrecimiento, para no verme obligado a ponerme en ese lugar creativo. Terminé aceptando, por razones puramente económicas. Quizá a los creadores de las series que he mencionado, les pasó algo similar. Sin embargo, eso no nos disculpa. Como autores, tenemos una responsabilidad que compartimos con el resto de las profesiones, con toda la raza humana: una responsabilidad de tipo moral. Que por "el uso y la costumbre" la moral ya no sea lo que solía ser, no nos disculpa. Que escribamos ficción, "entretenimiento", tampoco.
Y a pesar de esto, ahí vamos.
El mundo es un lugar muy confuso. Por lo menos, podemos escribir sobre eso.

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