jueves, 15 de julio de 2010

ESC.122 INT. ESCENAS DE LA NIÑEZ -- DÍA

Paseando por la web descubrí un artículo titulado Escenas de mi niñez a ser escritas. Raymond Federman, un escritor recientemente fallecido, pasaba revista en el escrito a momentos de su infancia que él consideraba especiales, dignos de generar un cuento, una novela.
Me pareció una propuesta excelente, y pensé en aplicarla. Lo dejaría en Escenas de mi Niñez, ya que aquí la palabra escenas es suficientemente descriptiva del objetivo perseguido: extraer momentos congelados en el tiempo que podrían disparar un relato audiovisual.
Probemos qué resultado tiene el experimento.


ESCENAS DE MI NIÑEZ

1) EXT. JARDÍN -- DÍA
Estamos en Gran Buenos Aires, Zona Sur. El año es 1976.  Esta nublado: una luz gris pétrea baña la escena. El ruido de la avenida cercana se oye amortiguado. El niño se asoma por la puerta y ve a la familia reunida en el jardín, formando un círculo. Desde donde está, solo puede ver espaldas. Se acerca a ver qué sucede. Hay un agujero cavado en la tierra en medio de ellos, que se mantienen en silencio. El niño recuerda el entierro de una mascota familiar, un par de años atrás. Esta vez, no es el caso: la única mascota en la casa está bien viva, mirándolos extrañado desde la terraza de la casa, dos pisos más arriba. El niño se acerca un poco más, y pasando entre piernas observa aquello que yace en en fondo del agujero: libros. Cinco, seis libros. Ahora papá viene de la casa cargando algunos más, que van a parar también al pozo. Nadie dice palabra. El niño quiere preguntar por qué entierran libros, pero no lo hace: las caras de los adultos que lo rodean lo llevan a guardar silencio también. Papá toma una pala y tapa los libros. Luego, arregla el pasto encima, tratando de que no se note que allí se cavó un pozo. El padre le advierte que no le comente a nadie que han sepultado esos libros allí. Todos vuelven a entrar en la casa. El niño se queda jugando sobre el pasto, sin entender qué ha pasado. 

2) EXT. BARRANCAS DE BELGRANO -- DÍA
Una división de alumnos de cuarto grado de un colegio de Nuñez, hace una salida: un picnic en las Barrancas de Belgrano. Para aquellos chicos, las Barrancas son un lugar encantado: árboles de antaño, enormes pendientes, una glorieta. El tráfico y el tren de fondo casi no existen para ellos; el ámbito de la enorme plaza se convierte, por un par de horas, en la totalidad del mundo en el que, gozosamente, viven. De pronto, a uno de los chicos, un regordete de 10 años con ánimos de líder, se le ocurre la gran idea: una guerra entre varones y mujeres. La guerra consiste en esconderse y atraparse; el que más miembros del otro equipo atrapa, gana. Las maestras no parecen prestar mucha atención al juego, que, a poco de comenzado, se convierte para aquel grupo en una verdadera batalla, con estrategias, escuadrones, trampas, un árbol especial a donde son conducidos los rehenes, e incluso algunas escenas de "violencia", donde los enemigos se atrapan por la espalda, por la cintura, caen al piso embrollados. Para estos niños, esas situaciones tienen algo de escarceo pre-sexual. Hay tensión y hormonas en el aire. La guerra termina cuando la generala del ejercito femenino es atrapada y conducida hasta el general del ejército masculino. Ambos generales se miran. Ella se muestra rebelde como una amazona. Él se para delante de ella sacando pecho. No solo van al colegio juntos, sino que viven en el mismo edificio, con un piso de diferencia. Se ven todo el tiempo. Hay algo entre ellos. Se gustan. Pelean mucho. Esta batalla la gana él, pero la cosa recién empieza.

3) EXT. PATIO TERRAZA -- DÍA
Son las cinco de la tarde. En breve, la madre del chico de cinco años estará llegando. Por el momento, lo está cuidando una niñera. Es así todo los días: madre y padre trabajan jornada completa, y el niño aguarda que vuelvan debajo la guardia de distintas niñeras que van pasando. La primera de ellas se llamaba Epifánia (así lo pronunciaban todos, con acento en la a), nombre que el niño nunca ha podido olvidar. Curiosamente, los abuelos paternos del niño viven un piso abajo, junto a una bisabuela. Pero no se ven en todo el día. Solo están él y la niñera, que en este momento está en el lavadero ocupándose de alguna ropa. El niño sale hacia la terraza, donde su perro Lobo duerme una agradable siesta. Camina decidido hasta la escalera que da al tanque de agua, y comienza a subir. No llega hasta lo más alto, sino que se baja de la escalera a mitad de camino, sobre un techo que funciona como alero brindando techo a una mesa y cuatro sillas de metal que viven en la terraza. El niño camina hasta el borde del alero, y controla los servos de sus piernas: lleva bastante tiempo jugando a ser el Hombre Nuclear, y aunque no cree que es el Hombre Nuclear, en este particular momento le sirve estar jugando a serlo. Observa hacia abajo los aproximadamente dos metros que lo separan del suelo. Y luego se lanza. Cae bien parado, haciendo acordeón con las piernas, a escasos centímetros del perro, que se levanta y se aleja bastante asustado. Cuando el niño se incorpora, las piernas le duelen bastante. Camina lentamente de regreso al interior de la casa. Pasa al lado de la niñera, que apenas si le presta atención cuando lo ve renguear. Va hasta la habitación de la madre y se tira sobre su cama, a esperarla, con los músculos de las piernas ardiendo. Faltan pocos minutos para que ella llegue. 

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