Siempre que encuentro algún artículo sobre la relación entre guionistas y escritores, me siento tentado de postearlo. Probablemente tenga que ver con mi propia dicotomía (si es que efectivamente la hay), entre el guionista que soy y el escritor que soñé ser desde la primera vez que empecé a escribir.
Un año y medio atrás, atraído primero por las reseñas y luego por el éxito de No es un país para viejos (la película de los hermanos Cohen inspirada en su libro del mismo nombre), leí La Carretera, que le valió a Cormac McCarthy (71 años) el Premio Pulitzer. No fue una experiencia sencilla. La prosa de McCarthy es ardua, concisa, casi telegráfica, y recorrer página a página es como transitar por un camino lleno de baches que nos hace rechinar los dientes (y también el ánimo y el alma), estilo que se aviene como un guante el tema del libro: un padre y un hijo tratando de sobrevivir en un mundo desolado y posnuclear. El libro no tiene nada de épica scifi. Es como un diario de viaje, que narra el micromundo de la supervivencia diaria, de la angustia de ese padre que teme no poder ver crecer a su hijo.
No abundo más en la trama, para no molestar la experiencia de aquellos que aun lo tengan en la lista de pendientes.
El sábado, encontré en la revista Ñ de Clarín un artículo escrito por Joe Penhall, el guionista de la versión cinematográfica de La Carretera, protagonizada por Viggo Mortensen y Robert Duvall, pronta estrenarse en nuestro país, y circulando desde hace algún tiempo en la web.
Penhall relata un día muy particular en su vida: aquel en que McCarthy, ermitaño de la talla del recientemente fallecido Salinger, se avino a ver la copia final de la versión cinematográfica de su libro junto al guionista y a John Hillcoat, el director.
De inmediato, se destaca en el artículo el respeto (y casi, el miedo) que la visita despierta en Penhall. Como "traductor", la opinión de McCarthy se vuele de enorme peso para él. "Sabíamos que solamente la bendición de McCarthy nos permitiría estrenar una película con la que estuviéramos conformes", dice Penhall al principio del artículo.
A lo largo de la visualización del film, relata Penhall, McCarthy no paró de tomar notas. Luego de "caído el telón", se excuso para ir al baño, quizá como forma de crear suspenso, y solo a su regreso dió veredicto: "Es muy buena, potente, una película como ninguna que haya visto". Más allá de las apreciaciones obviamente subjetivas del escritor, lo más sabroso continuó luego, con una salida a comer de los tres.
"Lo primero que dijo sobre la película es que le gustaba la voz en off", cuenta Penhall. "Esto había sido una fuente de conflicto por mucho tiempo. Inicialmente, yo la quería para capturar el estilo de prosa de McCarthy, pero Hillcoat no. Después, una vez filmada, los productores pidieron la voz en off. Cuando finalmente me senté en un hotel de Sunset Strip para terminar de escribirlo, con ocho personas preocupadísimas en llamada de conferencia opinando sobre cada palabra, el voiceover parecía destinado al fracaso. Ahora nos lo había aprobado el autor mismo".
"A la mañana siguiente, a las ocho en punto, aparecieron en el fax cuatro páginas tipiadas de notas transcritas por McCarthy de su cuaderno de reportero", finaliza Penhall. "Hillcoat había cortado lo que tal vez era el dialogo más emocionante de la película: '¿Qué harías si yo muriera?' le pregunta el niño a su padre. 'Quisiera morir yo también', contesta el padre, con la ternura salvaje que caracteriza al libro. 'Este intercambio', insistió McCarthy con modestia, 'es importante'. Hillcoat rápidamente la restituyó".
Para terminar, encontré especialmente interesante otro párrafo de la nota, dedicado a las motivaciones. A lo largo del almuerzo que compartieron, "por supuesto, hablamos de John, su amado hijo que inspiró tanto de La carretera", cuenta Penhall."Nació cuando McCarthy tenía casi 70 años, su mayor premio llegado tan tarde. Un creciente temor a la muerte y de qué significará para John es lo que motivó en Cormac La carretera. Yo había comenzado mi guión poco después de que murió mi padre y estaba identificándome con el hijo de la novela. Pero cuando empezamos a editar la película, mi mujer estaba embarazada y comencé a identificarme más con el padre, quien –mientras el mundo se quema– va perdiendo las esperanzas de ver su hijo crecer".
Creo que aquí se delata algo importante: por un lado, el necesario respeto hacia un autor cuando nos ocupamos de una adaptación; por otro, lo necesario que es que nos involucremos en el material desde un punto de vista propio, particular, y por lo menos igual de movilizante que aquel que pudo tener la persona que escribió el texto original.
Les recomiendo el texto completo de la nota, que no tiene desperdicio, y por supuesto, la novela de McCarthy. Veremos que nos suma la película cuando se estrene.
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