miércoles, 23 de diciembre de 2009

ESC.69 EXT. HUYENDO DE LA CÁMARA -- DÍA

Un par de veranos atrás, comprando un par de libros para llevarme a la playa, me topé con una edición de bolsillo de un clásico norteamericano sobre el que había oído cientos de comentarios, pero que nunca había leído: The Catcher in the Rye (El Guardián en el Centeno), de J.D. Salinger, de 1951. Salinger publicó hasta 1963, y luego se convirtió en un ermitaño, huyendo de el canto de sirena de la fama. "Los sentimientos de anonimato y oscuridad de un escritor constituyen la segunda propiedad más valiosa que le es concedida", declaró él mismo una vez. La historia de Salinger me atrajo al igual que el libro, y lo llevé conmigo.
The Catcher in the Rye es un libro que habla sobre la rebeldía adolescente en el contexto de la norteamérica de los años 50. Teniendo en cuenta el tipo de historias sobre la adolescencia que estamos acostumbrados a ver hoy por hoy, la historia del personaje del libro, Holden Caulfield, se me hizo algo inocente. Sin embargo, pude reconocer la riqueza de la novela más allá de sus limitaciones históricas.
No soy el único, claro. Desde hace varias décadas, distintos cineastas han intentado convencer a Salinger de que les vendiera los derechos para llevar The Catcher in the Rye a la pantalla grande. Luego de haber pasado una experiencia poco grata con la adaptación al cine de su cuento, "Uncle Wiggly In Connecticut", Salinger decidió declinar cualquier otra invitación a repetir la experiencia.
En un artículo que encontré en el blog The Playlist, se reproduce una carta que Salinger le enviara a un tal Mr. Herbert, en la cuál le explica los motivos de su negativa. Me pareció interesante postearla: se pueden extraer de ellas algunas ideas sobre lo que no hay que hacer a la hora de adaptar... o, lo que es más importante, si un material debe ser adaptado o no. 


Querido Mr. Herbert,
Trataré de explicarle cuál es mi actitud respect a la puesta y derechos cinematográicos de El guardia en el Centeno. He cantado esta tonada unas cuentas veces, así que si no luzco muy entusiasmado, trate de ser tolerante. Primero, es posible que un día los derechos sean vendidos. Desde que existe la triste posibilidad de que no muera rico, he jugado seriamente con la idea de dejar los derechos no vendidos a mi esposa e hija como una suerte de póliza de seguros.  Me place, debe agregar, saber que no estarme para ver los resultados de la transacción. Sigo diciendo esto, y nadie parece hacerme caso, pero El Guardián en el Centeno es una novela muy “novelística”. Hay secuencias que ya son escenas, solo un tonto lo negaría, pero, para mí, el peso del libro está en la voz del narrador, sus constantes peculiaridades, su personal y extrema actitud discriminativa hacia el lector-escucha, sus comentarios al margen sobre arco iris en pequeños charcos de agua en la calle, su filosofía o forma de mirar valijas de cuero de vaca o envases de pasta dentífrica vacíos - en una palabra, sus pensamientos.
Él no puede ser legítimamente separado de su propia técnica de primera persona. Verdad, si esta separación es hecha por la fuerza, todavía queda suficiente material para pasar una velada agradable en el cine. Pero encuentro esta idea, si no completamente odiosa, al menos suficientemente odiosa como para preservarme de vender los derechos.
Muchos de estos pensamientos, claro, pueden ser elaborados en forma de diálogos - o en algún recurso de corriente de pensamiento en voz alta -, pero 'elaborados' es la palabra exacta. Lo que él hace tan naturalmente en la soledad de la novela, en escena solo puede ser seudo-simulado, si es que existe tal palabra (y espero que no). Sin mencionar, Dios nos ayude, el inconmensurablemente riesgoso negocio de usar actores. ¿Alguna vez vieron a un actor niño sentado de piernas cruzadas y mirando correctamente? Estoy seguro que no. Y el propio Holden Caulfield, en mi propia súper-tendenciosa opinión, es esencialmente 'inactuable'. Ni el más talentoso joven actor con un piloto reversible podría personificarlo. Se necesitaría a alguien con X para lograrlo, y no muchos jóvenes actores agraciados con X sabrían que hacer con esta capacidad. Y, tengo que añadir, no creo que ningún director los llamaras.
Me detengo aquí. Me temo que solo puede decirle, para finalizar, que estoy muy firme en mi decisión, por si todavía tiene alguna duda.
gracias, pese a todo, por su amigable y altamente leible carta. El correo que acostumbro recibir de productores, es el infierno.
Sinceramente,
J. D. Salinger


              Salinger tratando de evitar ser fotografiado, algunos años atrás.  


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