Con el paso de los años, algunas películas me fueron amigando con el género. Más que nada, dos obras de Clint Eastwood (a quién había aprendido a odiar por la serie Harry el Sucio) como director/actor: primero fue El Jinete Pálido, de 1985, y luego Los Imperdonables, de 1992. Sin ahondar mucho en el tema, me pareció que la primera le daba un giro "metafísico" al género (¿está o no muerto el jinete pálido; o es la misma muerte a caballo?), y la segunda, un giro moral (que si bien siempre ha estado presente en el género, aquí toma nueva dimensión a través de la palabra arrepentimiento).
Con este background es que llegué a ver, hace dos años, 3:10 to Yuma, de James Mangold. Una de las principales críticas que se le hicieron a esta película, fue estar excesivamente recostada en los personajes, a costa de la acción. Para mí, es precisamente su fuerte. Lo que en otros western está colocado con dos pincelazos, aquí está desarrollado en profundidad: el duelo sin armas entre un hombre que ha perdido prácticamente todo menos su sentido de lo que es correcto e incorrecto, y otro hombre que, justamente por haber dejado atrás el sentido de lo correcto e incorrecto, se ha perdido a sí mismo.
Poco después de haber visto esta película, y quedar alegremente impactado por ella (soy amante del lenguaje de los géneros), un productor conocido me comentó que tenía la posibilidad de presentar material a una de las compañías que produjo 3:10 to Yuma. No era una propuesta formal para enviar algo juntos, y sin embargo fue el empujón que necesitaba para animarme a concretar la inquietud que me había dejado Yuma. Así es que, partiendo de una idea básica que me vino a la mente, me senté a escribir un western.
Si el italiano Sergio Leone pudo revitalizar el género con Por un puñado de dólares y El bueno, el malo y el feo, ¿por qué no podía yo give it a try?
Una vez que me aboqué a ello, no pude parar. Tardé aproximadamente un mes en redondear un guión de 90 páginas, y disfruté a fondo cada una de ellas. Desde lo puramente personal, fue una experiencia genial: me metí a convivir con los personajes en su mundo, y padecí cada uno de sus problemas y peleas. Fue uno de esos casos donde uno simplemente es un escriba de una trama que lo precede (creo que esta es una de las ventajas de trabajar con géneros). El western tiene algo genial en relación al tratamiento de personajes e historias: el set up es tan "yermo", que es como trabajar fondo simple/figura compleja, todo se realza como por efecto de un juego óptico. Las emociones son más puras, las reacciones menos cerebrales. La moral se simplifica a sus elementos más básicos, arquetípicos, y eso permite trabajar, siguiendo la analogía con las plástica, con materiales "nobles".
No sé si En la Sangre (nombre del experimento) verá su camino a la luz. Seguramente es uno de esos casos donde, exorcizando una historia sin ninguna pretensión de verla realizada, el autor aprende de sí mismo y de su trabajo.
Luego me quedé pensando en qué interesante sería poder retratar el período de la Conquista del Desierto desde la mirada del género, un poco como hizo Edward Zwick con el ocaso de la cultura samurai en The Last Samurai, o Kevin Costner con Danza con Lobos. Los intentos del cine argentino al respecto (o por lo menos los que yo conozco), como El Último Malón, Pampa Bárbara, El Último Perro, creo que no dan la talla, sobre todo desde una mirada histórica. Quizá se deba a la vergüenza que nos da como pueblo poner la lupa sobre este período, que ha sido borrado de toda discusión popular sobre nuestra responsabilidad a nivel derechos humanos.
En comparación, el ocaso del gaucho ha sido profusamente retratado. ¿Será porque el gaucho tiene un halo romántico y esto lo convierte en un mejor personaje? Si es así, me parece bastante hipócrita para con ambos, gaucho e indio.
Quizá la experiencia con En la Sangre, sea un buen punto de partida para enfrentar un tema mucho más cercano como este. Veremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario