Se murió Carlos Trillo. De golpe me vienen miles de flashes, de la infancia, de la adolescencia, de la juventud... de siempre, desde siempre. De chico, allá en los 70, era un ávido consumidor de historietas: Patoruzú, Hijitus, Isidoro. Y también Clarín. Porque si había un motivo para leer el diario a los seis años, era mirar la última página, allí donde se publicaban los strip comics. Y El Loco Chavez. No estoy seguro de cuánto comprendía de esa genial e histórica historieta, pero sí me recuero leyéndola siempre que podía. Y algo de sus personajes quedó dentro de mí, como una marca; algo del estilo de contar también. Y todo gracias a Carlos Trillo, el guionista que ponía palabras y acciones a los dibujos de Altuna.
Pasó un poco el tiempo, y algunos otros comics comenzaron a llamarme la atención. El Tony, D'Artagnan, Fantasía e Intervalo solían estar a mano para ser leídas, y fue mi primera oportunidad, a los 8 o 9 años, de leer historietas más adultas. Sobre todo, de meterme en el mundo de la aventura. Pero había otras dos revistas, que normalmente me estaban vedadas pero que siempre me arreglaba para leer: Satiricón y, sobre todo, Skorpio, donde vi mis primeras y mágicas mujeres desnudas. En ambas, Carlos Trillo entró de nuevo en mi vida para enseñarme tempranas lecciones de buen contar. En Satiricón, Trillo trabajó junto a Oswal, Horacio Altuna y Lito Fernández. En Skorpio, entre el 77 y el 82, creo junto a Enrique Breccia una de las cumbres de la historieta argentina: Alvar Mayor.
Entrados los 80, Trillo siguió impactando en mi vida. Desde la revista Humor, con Las Puertitas del Sr. López. Pero el impacto mayor llegó a partir de 1984, con la aparición de una revista que nos cambiaría la vida a muchos: la mitológica Fierro. Allí, Trillo publicó incansablemente, acompañado por los mejores dibujantes de la época. Junto a Altuna, hizo Merdichesky, El último recreo, Tragaperras; con Mandrafina, Husmeante, El Caballero del Piñón Fijo, Historias mudas; con el español Jordi Bernet, Light & Bold. Y siguen las firmas.
Trillo tenia un sentido del humor agudo, irónico, para nada conformista. Al mismo tiempo, nunca perdía el pulso de la acción. Sus personajes no le tenían miedo a hablar ocupando cuadro, pero nunca decían palabras vacías. Y navegaban en mundos imaginarios que, claramente, estaban dentro de este mundo.
Carlos Trillo se fue, pero sus lecciones quedan. Como sucede con todos los grandes.
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