Lo comenté un tiempo atrás como algo que me había sucedido casi por casualidad: trabajar en un proyecto de no-ficción (también mencionaba en esa oportunidad qué ridículo que es nombrar a algo desde su diferencia con otra cosa, nombrarlo por lo que no es, en vez de darle entidad propia). Mi experiencia como guionista es 98% en ficción (el otro 2% queda reservado a algunos documentales que hice estando en la facultad: uno sobre un titiritero -que nos valió a mis compañeros de grupo y a mí un premio intra facultad-, otro sobre las condiciones de vida en los barrios carenciados de San Martín de los Andes; y un tercero, el más importante, el que realicé sobre Miguel Brú, estudiante "chupado" por la policía bonaerense en La Plata), así que en general nunca pensé en dedicarme a la no-ficción. Pero surgió la oportunidad a través de un productor con el que había trabajado en ficción, y decidí aprovecharla.
El productor se me acercó con siete horas de material filmado en la alta montaña de una provincia del norte argentino. El crudo había sido tomado como parte de una expedición de trekking. Pero la capacidad de los miembros de dicha expedición para conectarse con el entorno y con los lugareños desde un lugar sensible (más un increíble trabajo de cámara), habían dado frutos mayores a los esperados.
Acá hay un programa, estoy seguro, me dijo el productor. Mi trabajo era ver esas siete horas, descubrir si el programa estaba o no allí, y luego darle forma a través de un guión que sirviera editar.
Me aboqué a la tarea y a partir de ahí, el trabajo me absorbió. Volví a encontrarme con el placer del documentalismo. Observar como el material grabado ha podido (o no, aunque este no fue el caso), penetrar en el alma de aquello que quizo reflejar, y también cómo fue capaz de descubrir cosas que estaban escondidas a simple vista. Trabajar con materiales reales. Guionar como forma de resaltar los elementos dramáticos de la realidad, sin traicionarla.
Fue realmente un trabajo hermoso. Aun más cuando pude ver la edición final, con su voz en off, su música. Yo había trasladado al papel lo que la cámara me mostraba que estaba en la realidad, y ahora, desde el papel, me volvía un nuevo reflejo de esa realidad, coreografiado si se quiere, pero no por eso menos real (incluso, desde el punto de vista de la subjetividad de la construcción de la realidad, quizá lo fuera más... pero esta es otra historia).
Cuando terminé el proceso, me di cuenta de que me quedaba hambre de más. Por suerte, la relación con el productor se cimentó de tal forma que, creo, seguiremos trabajando juntos. Y es una alegría. Volver, de alguna manera, a conectarme con lo mejor de mis años de estudio como periodista y comunicador social, sin tener que abandonar mis tan queridos guiones.
Veremos cómo continúa este "viaje a lo real", lejos de escenografías montadas en estudio y personajes de cartón, a los que a veces hay que hacer vivir mediante parafernalias mecánicas, a lo Frankestein. en fin, cada cosa en su medida y armoniosamente. Pero no voy a negar que este "baño de realidad" ha sido una bocanada de aire fresco.
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